EL EJERCICIO DE LA MEMORIA COMO REBELDÍA Y COMO JUSTICIA.

24.05.2022

 A más de 20 años del asesinato del periodista JULIO CÉSAR DA ROSA, en Baltasar Brum.

Artículo de Anna Karina Romero.

Escribo este texto fuera de contexto, quizá a destiempo, con el pretexto de participar en un concurso que no por casualidad -o quizá sí- se llama JULIO CASTRO. Lo escribo porque tengo la ingrata certeza de que nadie lo hará, y porque la Memoria es uno de mis temas recurrentes, y la mano que entreteje sus hilos, haciendo visibles unos colores y formas, e invisibilizando otros, mi gran obsesión. Escribo hoy porque quiero meter mi mano audaz en ese tapiz que no me invitaron a tejer, y hacer aparecer los hilos de otra figura, tampoco invitada y también audaz, que por ello pagó tempranamente con su vida: JULIO DA ROSA, periodista, locutor, dueño de la Radio del Centro, de Baltasar Brum, en el departamento de Artigas, asesinado el 25 de febrero de 2000, en un homicidio seguido de suicidio por parte de su agresor, o mejor dicho, adelantando ya mi perspectiva sobre los hechos, por parte del "ejecutor" de un acto que habitaba en la fantasía colectiva. Escribo, Julio, porque yo aún estoy viva. Puedo hablar por vos, en esta suerte de exilio que también gané por la audacia de pretender tener voz, donde esto es un privilegio de una elite, legitimada por gente como nosotros, pero que al contrario de nosotros, no comete la osadía de pensar-actuar fuera del lugar que le asignan.

Y me voy a ayudar con palabras de nuestro Eduardo Galeano, para fundamentar esta necesidad urgente. Él decía que "Uno escribe a partir de una necesidad de comunicación y de comunión con los demás, para denunciar lo que duele y compartir lo que da alegría. Uno escribe contra la propia soledad y la soledad de los otros. Uno supone que la literatura transmite conocimiento y actúa sobre el lenguaje y la conducta de quien la recibe; que nos ayuda a conocernos mejor para salvarnos juntos.(...). Uno escribe, en realidad, para la gente con cuya suerte, o mala suerte, uno se siente identificado, los malcomidos, los maldormidos, los rebeldes y los humillados de esta tierra, (...)."[1]

El contexto. Baltasar Brum es un pueblo del departamento de Artigas, también llamado Cabellos por sus lugareños, y algún otro dato que hoy no es necesario agregar, ya que cierto tipo de información se encuentra fácilmente en internet. Me importa justamente la que no circula, el relato que no forma parte de la historia oficial o hegemónica. Me importa decir, por ejemplo, que lejos de los centros de poder, estos pequeños pueblos construyen sus centros de poder y sus relatos hegemónicos de los hechos que allí ocurren, sus héroes locales, todo a semejanza de cualquier poderoso imperio, y tienen una rica y compleja realidad cualitativa que mostrar, cuando le damos voz a los sin voz. Los relatos hegemónicos así constituidos deciden qué voces resaltar y cuáles callar, qué discurso validar y cuáles ignorar.

Creo que la herencia colonial ha parido estos engendros, a quienes la oligarquía rural concedió el "privilegio de pertenecer"[2], acción que reproducen a lo largo del tiempo, hasta el momento en que estoy escribiendo esto, los privilegiados amigos del patrón, a pesar de ser tanto antes como ahora, igual que el resto, todos, hijos y nietos del mismo pobrerío.

No sé si me cabe el título de "lugareña", pero viví la mayor parte de mi vida allí, desde la infancia hasta lo que voy a llamar "exilio"[3], compartiendo con JULIO DA ROSA algunas identidades, en el sentido del texto citado.

Julio llegó de Bella Unión, muy joven, a empezar a construir su sueño de tener una Radio, allá por principios de los 90. De modo que era una especie de extraño, o inmigrante no deseable. Si una peculiaridad social tiene este pueblo, es la de recibir muy bien a unos ciudadanos, que vienen por un trabajo eventual y permanecen para siempre con el estatus de "hijos del pueblo", mientras que al mismo tiempo desarrollan dinámicas perversas de exclusión con otros, como sucedió con Julio, así como conmigo, que pertenezco a allí desde el vientre de mi madre hasta el día en que emprendí una retirada necesaria e inevitable, con mi familia, en 2007, volviendo a estudiar y trabajar en la ciudad de Artigas, dejando mi casa natal, mi universo mágico, mi fortaleza, la única porción de suelo y de cielo que me pertenece y donde habitará por siempre la impronta de los seres inmensos que allí vivieron. El último bastión de mi rebeldía que preservo y no les venderé, porque para mí la memoria no es territorio de conquista.

En ese primer acercamiento de Julio a Brum, tuvo una FM, no sé bien en qué condiciones, y no es lo que me ocupa en este momento. Lo que sí es pertinente decir, como dato casual o no, es que la misma se ubicaba en un lugar administrado por quien años después le quitara la vida. El local pertenece a una asociación rural donde esta persona trabajaba y de cuyo vínculo con la misma procedía buena parte de su influencia en la localidad, y su estatus. Vale decir que este señor, bien conceptuado, con prestigio y buen vivir, conoció a este chico que significaba todo lo contrario, con bastante anticipación al fatal desenlace, momento en el cual también encarnan uno lo contrario y opuesto al otro, pero con los atributos cambiados: el prestigio y lo demás, ya habían sido logrados por Julio Da Rosa a costa de mucho trabajo y esfuerzo.

Alguna vez me acerqué a esa primera radio, porque yo era una joven también inquieta, que escribía y leía vorazmente, y estaba estudiando Derecho en la Regional Norte (Salto), no muy convencida de las bondades de un título universitario ni del Derecho en sí como disciplina o como práctica para el resto de mi vida (abandonaba los libros de estudio por un buen texto literario, por escribir, y por descubrir el mundo, sobre todo desde lo político que me había sido negado antes), pero muy convencida de que quería saber, saber todo lo que fuera posible, aprehender, comprender y transformar el mundo. Esa era una de las cosas que teníamos en común con Julio, y es algo que incomoda, lo confirmo y afirmo ahora, que pasé por la formación docente y ejerzo la docencia a sabiendas de que la mayor parte de mi conocimiento proviene de los libros que leí desordenadamente y por pura pasión, no de la formación en virtud de la cual obtuve un título. Pero entonces ni lo sospechaba.

"Los condenados de esta tierra", según el pueblo de Cabellos.

Decía que Julio Da Rosa y yo compartíamos algunas identidades, aunque no ideológicas, o por lo menos no político-partidarias, pero sí éramos conscientes de que pertenecíamos al grupo de los excluidos por la elite, y eso nos acercaba más de lo que podían alejarnos otras pertenencias, como la de izquierda o derecha. Intentaré ser explicativa lo suficiente, porque escribo contra mi propia soledad, como dice Galeano, tratando de aportar una perspectiva diversa sobre el tema.

Mi pueblo, Cabellos, heredó un orden social muy colonial, en que unos primeros supuestos fundadores, recibieron el "privilegio de pertenecer", y otros solamente la orden de obedecer. Esa lógica fundacional se siguió reproduciendo hasta hoy, en que, entre unas dos mil quinientas personas[4] o más, todos pertenecientes a la clase trabajadora, unos sin embargo se relacionan de una forma con el poder, y otros directamente no tienen poder más que para aceptar el lugar asignado.

Me permito decir que allí todos pertenecen a la clase trabajadora, porque los dueños del campo no viven en la localidad. Y el resto son, o pequeños comerciantes o productores, funcionarios públicos o peones de estancia, mensuales o zafrales, como ser en la esquila. Entonces, ¿por qué personas como Julio y como yo no teníamos ese permiso de pertenecer? Éramos trabajadores e hijos de trabajadores. En fin. Éramos jóvenes, con menos de treinta y ávidos de hacer, persistentes, insistentes. ¿Cuál fue nuestro pecado social?

Pero voy a aventurar un análisis interseccional que nos coloca entre los "condenados de la tierra" por varias razones, y no nos da licencia para pensar con cabeza propia, hablar frente a un micrófono, seleccionar y comentar noticias con lo poderoso que esto es, militar en política, escribir literatura, eso no. Cabellos lo sabía.

Interseccionalmente hablando, yo no podía hacer todo eso por: ser mujer, ser pobre, y andar con ideas políticas que en el momento atentaban contra la elite incondicional a los caudillos locales. Y el ejecutor del asesinato de Julio me lo recordó muchas veces, ya que él era uno de esos caudillos, y yo le resultada bastante sublevada. Como le resultaba al pueblo, porque, a eso quisiera llegar a lo largo de este trabajo: el homicida encarnaba el sentir popular, era producto de los valores que allí imperaban en el momento, no fue un monstruo solitario acechando en las sombras (ese era otro, pero quienes tienen ese complejo perfil difícilmente hacen el trabajo sucio o caen en la telaraña del Derecho). También le molestaba al homicida que yo leyera y hablara sobre política, cosas de hombre, y hasta participé en algunos debates en la radio de Julio, que recuerdo ahora, debatimos con el actual Alcalde, Carlos Martinicorena, sobre la reforma constitucional de 1996[5]. Y esta persona (el homicida), comentó ofuscado que yo me aprendía de memoria todo lo que decía.

Y siguiendo con el análisis interseccional, Julio tampoco podía tener voz y pertenencia porque también era pobre, porque era de afuera (de allí de Bella Unión), y por otro dato que lo condicionaba aunque por supuesto, de eso no se hablaba ni se hablaría hoy allí: Julio tenía fenotípicamente fuertes rasgos afrodescendientes. Un amigo incondicional y correligionario del homicida me dijo unos días después: "él merecía morir porque era un negro jetón", refiriéndose a que hablaba demasiado, habló cosas en su radio que atentaban contra la reputación de estos señores dueños del poder político, y lo de "negro" venía como insulto, como suele venir. Esos sentires y pensares los ponían en palabras quienes tenían el privilegio de ella, pero eran sentires comunes del pueblo, acostumbrado a que quienes hablaban de política y ocupaban cargos eran los hombres, pero no cualquier hombre. Hombres de quienes además no se podía hablar, por lo menos no mujeres ni negros pobres podían andar denunciando sus abusos, tomando la palabra política, o contradiciendo sus ideologías. Nunca.

Hablar en radio y escribir un libro. Estas actividades impactaron fuerte en el pueblo, cuando aparecieron personas que las hicieron, o, en el caso de escribir, cuando se hicieron visibles sus nombres y el escritor tuvo una reputación. Me explico: siempre hubo personas que escribieron, bien o mal, distintos tipos de texto. Recuerdo un muchacho de allí, Eduardo Ramos, que escribió mucho y sostenidamente en el tiempo, pero también era un condenado de esta tierra. Hasta un grupo de teatro tuvo durante una década o más, a fines de los setenta y principios de los ochenta, además de pintar. Un autodidacta digno de reconocimiento y de ser valorado, pero no. Claro, no podía. Los "verdaderos" escritores sólo habitaban los libros y vaya uno a saber cómo se ganaban ese espacio. Recuerdo que a mis catorce más o menos, yo ya asumía que escribía poesía, entre compañeras de liceo, en el Eliseo Porta de Tomás Gomensoro. Asumir ya era todo un acto de coraje, por lo devaluado que era el acto de escribir, si no eras un muerto que aparecía en un libro. Mi madre volvió un día de ésos de la misa y me observó, se veía muy alterada y preocupada, porque en la iglesia unas señoras le dijeron que yo estaba mal de la cabeza, que pusiera atención, porque andaba escribiendo poemas. Año 1984, y ni sabíamos de la existencia de Orwell por aquella lejanías.

Más de una década después, yo ya tenía trabajos conocidos donde me daban espacio, un libro que no tenía como publicar (tampoco nadie simpatizaba con la idea), menciones y reconocimientos en concursos literarios. Ya no podían devaluar mis capacidades mentales por eso, pero tampoco me iban a ceder espacio para que me destacase o algo así. La estrategia para evitar que sucediera, fue ponerle nombre a la biblioteca municipal del pueblo de una vez, para que no se le ocurriera a alguien algún día demonizarla con el mío. La biblioteca se llama María Eugenia Pettiti, escritora residente en Baltasar Brum. El objetivo era invisibilizarme a mí por las razones que ellos y ellas saben, principalmente políticas, y no tanto partidarias, sino por aquello tan bien pensado y luego afirmado por la segunda ola del movimiento feminista, de que "lo personal es político"[6]. Y era mi vida personal, más que mis ideas políticas, lo que estaba molestando bastante. Mientras que esta señora escritora, era casada con otro caudillo local, ex funcionario de AFE. Mala noticia para la elite: nunca dejé de escribir, la palabra que se le negó a Julio con su muerte, ya nunca más estará callada, porque la palabra escrita tiene su magia. Y dejando de lado la amenaza que significaba la palabra escrita y los escritores y escritoras no hegemónicos, vuelvo al micrófono, a la radio, al locutor, ese otro peligro que el pueblo no necesitaba. Era más peligroso aún, porque hacía su efecto a corto plazo y masivamente, porque pocas personas leían, pero todas escuchaban radio. De las que leían, pocas comprendían un texto literario, pero todas comprendían una noticia, una crónica, el comentario de un hecho. Ahí estaba Julio Da Rosa, incomodando.

Unos años después de haber tenido la FM y haberse ido, volvió con mejor suerte, por así decirlo: pudo instalarse con una radio de amplitud modulada, con todos los requerimientos legales, y hacerse un empresario en ascenso. Ese es el Julio que encontró la muerte, el que molestaba.

Antes de Radio del Centro no hubo otra, y algunos locutores hacían programas en emisoras de otros pueblos, pero con temáticas de interés para Baltasar Brum, lo cual no era lo mismo. No es lo mismo hacer un programa con cierto perfil una vez a la semana, que disponer de una emisora propia con todos los tipos de programación y tiempo para seleccionar qué decir, y de quién decir, o de quién no decir. Ese poder no era para gente como Julio Da Rosa, pero lo tuvo. Y despertó la ira de los mismos "amenazados" de siempre, cuando uno de nosotros levanta la voz. Digamos que para el mandato social, ni él ni yo éramos "buenos pobres". Yo debería conseguir un "buen hombre" y casarme y ser una "buena mujer". Y él podía ser empleado de otro, nunca el dueño de una emisora de radio. ¡Caramba Julio! Iba ser más fácil negociar que no leyeras la noticia que leíste si fueras solamente un empleado de radio, y no estarías muerto de esa forma, y tu patrón tampoco lo estaría, lógicamente, porque la noticia no habría salido. Es así que funciona.

Sobre el ejecutor, y por qué no lo nombro. No lo nombro al homicida y suicida porque no me propuse, al hablar del hecho, hacer juicio sobre su persona individual, o por lo menos no hacerlo como se acostumbra a hacer: convirtiendo en monstruo al que comete el crimen, dejando la sociedad por fuera, libre de compromiso. No fue así que sucedió, como no suele ser así que sucede un homicidio. Hay un contexto que no sólo rodea al hecho, sino que crea las condiciones para que se produzca. Y así sucedió el asesinato de Julio. Este hombre fue solo un pobre ser humano con la ira suficiente y el perfil requerido para realizar ese acto brutal: crisis de poder de su sector político que acostumbraba a ocupar el cargo más deseado del pueblo -antes el de Secretario de la Junta Local, ahora Alcalde-, mal momento en sus negocios, muy posiblemente cursaba una depresión no diagnosticada ni tratada, escasas herramientas de comprensión de la realidad, bajo nivel educativo, baja tolerancia a la frustración, fuerte caída de su prestigio que se intensificaba con los rumores que estaban saliendo en la prensa departamental y local, influencia de un posible mentor más frío del hecho, pero tan molesto como él por los cambios políticos y los rumores. La ideación debe haber llevado un tiempo no muy largo, debido a que él era un acostumbrado al prestigio y al poder, a ese nivel local, tampoco le importaba mucho más, era soberbio y confiado en que estaba siempre en el control de todo lo que allí sucedía, con lo cual se negaba a comprender que venían ocurriendo cambios fuertes, para su visión simplista y estática del mundo. Llegó un punto en que "le cayó la ficha" de su decadencia a todo nivel y no lo estaba soportando. Tenía por lo menos un arma, era familiarizado con su uso porque había sido policía, es decir, necesitaba muy poco para llegar a la decisión del suicidio, y a la vez de poner fin a la vida de quien, según su tosco razonamiento, era el "causante" de su malestar. Y para concluir el análisis relativo al homicida-suicida, me remito a uno de los estudios que revisé previamente y que intentan dar explicación científica a esta conducta. Harper y Voigt (2007), hablan de la existencia de tres elementos básicos para que se de el homicidio-suicidio, y quizá ese modelo nos puede ayudar a entender el caso en cuestión, a la vez de confirmar mis expresiones: "1.Estructuras intensas de conflicto, o elementos estructurales proclives a generar violencia como el estatus social, las relaciones desiguales u otros desencadenantes (...). 2.Elementos de fracaso, frustración o anomia social. 3.Elementos relacionados con el poder y el control. Desde este modelo explicativo, ante la imposibilidad de conseguir objetivos deseables, como dinero o un estatus de superioridad, la pérdida de la pareja, o el no tener el dominio de la situación serían estructuras de conflicto motoras de sentimientos de frustración, fracaso o pérdida de control en el agresor, y esto en primer lugar lo conduce a perpetrar la conducta homicida. La consecutiva conducta suicida sería fruto de la determinación de acabar con los sentimientos de frustración, fracaso -otorgando a la víctima/s parte de la responsabilidad del fracaso- (...)" [7]

Para mí, entonces, lo relevante es hacer Memoria de que Julio Da Rosa fue asesinado por ejercer la libertad de expresión y de prensa, y que esto sí es importante por encima de cualquier cosa. Que eso es un derecho impostergable, que debería movilizar mucho más a la sociedad toda, y a una comunidad que hasta hoy cuenta con una emisora de radio, gracias a Julio. También recordar que la no aceptación del/la otro/a diverso, y la reproducción un orden establecido injusto, es la causa de esas frustraciones que un día alguien al perder sus privilegios "naturales", piensa que resuelve quitándose la vida y/o quitando la de otra persona. Por eso pensé y pienso, que hay responsabilidad colectiva en la muerte de Julio Da Rosa, y lo escribí hace años en mi libro de poesía. Aquí les dejo mi percepción de ese crimen.

Era múltiple el dedo/ que apretó el gatillo/ y sólo un condenado./Yace el muerto/ solitario,/ tendido,/ finalmente callado./ La lluvia/ que borrará/ su mancha de sangre/ sobre la tierra/ limará también/ todo trazo/ de su nombre/ sobre la piedra./ Muerto está./ El monstruo/ en cada cuerpo/ preso,/ satisfecho/ se aquieta. /Sin su impresión digital/ gigantesca/ el crimen está consolidado,/ perfecto./ Sólo una víctima más/ su mano meticulosa deja,/ implacable/ e imborrable/ del monstruo luce la letra:/ "CONDENADO". [8]


[1] Galeano, Eduardo. Nosotros decimos No/Defensa de la palabra. (Crónicas 1963 -1988) - Editorial Siglo XXI.

[2] Sartre Jean Paul, prólogo a "Los condenados de la tierra", de Frantz Fanon, 1963.

[3] RAE: 1. m. Separación de una persona de la tierra en que vive. 2. m. Expatriación, generalmente por motivos políticos.

[4] INE, 2011,

[5] https://www.corteelectoral.gub.uy/institucional/creacion_y_evolucion

[6] Hanisch, Carol, 1969. Lo personal es político (ensayo). Op. Cit, en: https://es.wikipedia.org/wiki/Lo_personal_es_pol%C3%ADtico

[7] Harper y Voigt, 2007.

[8] Romero, Anna Karina, 2006, Memorial de Insomnios, poema XVI. Editorial "Voces" (Bella Unión).

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